Era uno de esos días plomizos, sin plan de cafetería, en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Año 1994. Un buen amigo me habló entonces de un oficio que desconocía, uno relacionado con la Comunicación de las empresas. A mí, que quería ser periodista, aquello me sonaba entre sospechoso e intrigante. Pero hice lo que hago siempre que algo me interesa. Leer.

Así que, terminé rondando por las estanterías de la biblioteca de la facultad, hasta llegar a una obra que marcó mi visión profesional de por vida (ahora sí puedo verlo, con la perspectiva del tiempo). Su nombre era La gestión de la comunicación, de Hans Johnsson (1991), y en sus páginas encontré estas palabras:

Trabajar en la Comunicación de la empresa nos confiere la responsabilidad de lograr que la compañía sea más personal que institucional. Todos los contactos de la empresa son contactos entre personas. Todas las relaciones públicas son relaciones personales. Todas las relaciones personales con relaciones humanas.

Aquel libro había sido publicado antes de Internet y las redes sociales. Pero sus palabras han ido cobrando todavía más sentido y necesidad en el mundo digitalizado en que nos desenvolvemos. Un mundo de personas empoderadas por las tecnologías de la comunicación.

Desde entonces, he dedicado más de 20 años a ayudar a las empresas o dotarse de una personalidad de valor. Y a relacionarse con éxito con las personas que hacen posible su desarrollo: clientes, empleados, inversores y autoridades.

Poner a las personas en el centro de la estrategia de las compañías ha guiado mi formación y trayectoria profesional (ver perfil en Linkedin) y está presente en mi producción intelectual (ver publicaciones), en mi labor divulgativa (ver ponencias) y en mi trabajo como consultor (ver consultoría).

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